El Perú es un país con una informalidad endémica, que se remonta a nuestro propio nacimiento como República Democrática, cuando a no a algunos siglos antes. A diferencia de lo que se predica en la actualidad, la informalidad no encuentra su origen en la reciente migración de poblaciones andinas a la capital del país, sino en épocas mucho más remotas; la conquista del Tahuantinsuyo. En un estudio muy profundo sobre el tema en cuestión, Iwasaki Cauti[1] desmitifica la conquista española del Imperio del Sol que de una gesta heroica y planificada por la Corona Española, pasa a ser un emprendimiento empresarial que rebosa una informalidad muy familiar en nuestros días, y que fue llevada a cabo por un sector marginal de la sociedad española. Como lo indica Iwasaki[2], con contundencia:
“la Conquista en si misma fue una empresa informal, puesto que la Corona sólo reconoció los territorios conquistados en capitulaciones que se llevaron a cabo cuando los capitanes ya habían dilapidado sus fortunas, cuando lo poco que obtuvo la soldadesca se había alcanzado con mucho sacrificio y, también hay que decirlo, cuando muchos ya no podían disfrutar de los beneficios de la legalización de la empresa porque había muerto en ella.”
Y con tales basamentos, es que luego podemos encontrar los orígenes del comercio informal de la época colonial, a través de los mercaderes de cajón (revendedores en la vía pública) y regatones (mercachifles, de los que hoy queda evidencia tangible, en el tan peruano regateo del precio)[3]. Hurgando en la historia, podemos comprender los origines de el principal problema por el que hoy atraviesa el Perú; una economía en la que el 80% de su PEA es informal, y que al serlo, no contribuye al sostenimiento del gasto público (“evade”) y con empresas también informales y de economía diminuta (microempresas) que representan el 95% del total de empresas que operan en el país, y que tampoco tributan, o lo hacen simbólicamente.
La informalidad conecta directamente con el incumplimiento tributario, el que hace inviable que el Estado tenga recursos suficientes para atender las necesidades básicas de la población. Y el incumplimiento tributario se relaciona a su vez con la llamada “conciencia tributaría”, expresión que viene a ser, el entendimiento que tienen los ciudadanos del porqué es necesario pagar los tributos, y cómo repercute en su propia circunstancia el incumplimiento. Y esa conciencia tributaria se logra a través de la educación, la que no se limita a aquella obtenida en las aulas escolares, sino a la que puede ponerse a disposición a través de inteligentes políticas de Estado que utilizando tecnologías educativas actuales (e-learning, b-learning, g-learning), induzcan al aprendizaje de los emprendedores informales a mejorar sus negocios, a incrementar su productividad, a respetar el medioambiente, a aprender tecnologías eco sostenibles, a conocer nuevos mercados y nuevas formas de contratación, y a entender las obligaciones tributarias y laborales y saber cómo cumplirlas sin sobresaltos.
[1] Iwasaki, Fernando. «Conquistadores o grupos marginales. Dinámica social del proceso de conquista», Anuario de Estudios Americanos 42 (1985), p. 21.
[2] Iwasaki, Fernando. Ambulantes y comercio colonial Iniciativas mercantiles en el Virreinato Peruano. P.181.
[3] AGI Lima 92, carta del Dr. Cuenca, 12.11.1567; Libros de Cabildos de Lima (en adelante: LCL), 23 vols. (años 1534-1634), ed. Bertram Lee y Juan Bromley (Lima 1935-63), vol. Vni, p. 101; vol. XII, p. 353, vol. XV, p. 727.